¿Qué significa la muerte de Néstor Kirchner?

En los funerales de un “jefe”, empezó a nacer un “líder”. Este fenómeno espectral acentúa en la izquierda del oficialismo un fervor que enardece, mientras resalta en la oposición un vacio que desencanta. Y cuando el ardor ocurre sobre un vacio, irrumpe el riesgo de que encienda el fanatismo. Al fin de cuentas, los fanáticos entran en trance y se potencian precisamente sobre las tumbas.

La primera señal es que ha muerto un jefe y ha surgido un líder. En vida más que un gran liderazgo, lo que tuvo el ex presidente fue una jefatura poderosa, rotunda y vertical. Ese jefe recio era intolerante, arbitrario y agresivo. Expulsaba a los insumisos y premiaba la obsecuencia.

Tal vez en el hubo un militante político que devino el militante del poder. Lo seguro es que detestaba la debilidad en cualquiera de sus formas. A la debilidad económica la combatía en lo personal siendo rico y en lo gubernamental, ejerciendo el poder con arcas repletas. A la debilidad política la negaba y eludía de mil maneras, igual que negó e intento eludir la debilidad física. En ambos terrenos sufrió derrotas. En lo político, Tabaré Vázquez y la ex Botina vencieron la erradicación de la pastera que él había proclamado como “una causa nacional”. También lo venció el campo en la batalla de las retenciones. Hasta un dirigente improvisado, opaco, con discurso insustancial y sin poder territorial como Francisco de Narváez lo derroto en Buenos Aires, el escenario que el gobierno inundo de subsidios y obras.

La muerte de Kirchner coloca a la política en el terreno de las emociones y esa es la dimensión donde mejor se mueve el peronismo y la izquierda kirchnerista.

Además de aportarle el carisma que le falto en vida, la muerte relega el lado oscuro de Kirchner, resaltando solo aquello que lo hacía admirable. Por eso constituye su golpe más demoledor sobre sus opositores.

En el campo del antikirchnerismo, solo unos pocos incurrieron en el acto miserable del festejo. No fue aquel indecente “viva el cáncer”, pero algunos tuvieron el mal gusto y la mala entraña y la estupidez de expresar jubilo. Al mal gusto y la mala entraña no hace falta explicarlos, mientras que la estupidez radica en no entender ni remotamente lo que implica esta muerte.

La oposición no encarna ideas y no refleja pensamientos políticos porque, para existir, le bastaba con denunciar las sombras de la corrupción, señalar las arbitrariedades del conductor oficialista y ser víctimas de su agresividad.

En la argentina el oficialismo es un fervor que enardece y la oposición un vacio que no entusiasma, como las dos cosas son malas, el fanatismo es el riego que se debe conjurar.

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